
En los próximos días tengo la intención de visitar el Palacio de Carlos V con la finalidad de recorrer la exposición “Álvaro Siza Vieira. Visiones de la Alhambra”, en la que se presenta ante la sociedad granadina el proyecto (aún inconcluso) de nuevos accesos a la Alhambra.
Empecé a leer algunas cosas al respecto del citado proyecto: desde que se inauguró la exposición, la prensa local ha publicado diversas noticias en las que algunas personas califican el proyecto de atentado, secarral, insensible, y “centro comercial“. “Unos Abades a la entrada de la Alhambra”.
Como bastante contaminada tiene uno la mirada ya con su deformación profesional, con su equipaje en la memoria, con sus querencias, sus filias y sus fobias, he decidido no añadir más carga y visitar la exposición “desde cero”. Tan desde cero como cada cual y su subjetivo* punto de vista puede.
Llevo ya más de media vida viviendo en Granada. Me vine, y aquí me quedé. Sé que el hecho de no ser granadino hace que haya quien considere mi opinión menos válida con respecto a la Alhambra y el Albaicín; lo sé porque hace algunos años asistí a un acto en el que un arquitecto trataba de convencer a los asistentes de que su proyecto en el entorno del monumento era adecuado y recuerdo nítidamente a una señora reprocharle a voz en grito “pero es que usted no es de aquí”; agria polémica la que se organizó en aquellos días por el proyecto de marras y que acabó, si mal no recuerdo, con algunas modificaciones en la volumetría y texturas del edificio, que bajo mi punto de vista no le hicieron gran favor. Pero ese es otro tema.
Aunque meses antes de venirme a Granada alguien me advirtió “te vas a aprender la Alhambra de memoria”, no es así; no me la sé de memoria. Cierto es que durante algunos años la visité con suma frecuencia, en diversas circunstancias: con frío, con nieve, con calor, solo, acompañado, muy acompañado, corriendo, en bicicleta. Medí, fotografié, dibujé, delineé, calqué… Lo normal para cualquier estudiante de arquitectura en Granada, incluido algún examen de dibujo en pleno invierno, para regocijo de los turistas japoneses que nos fotografiaban (por cierto, una observación: tan desagradable es hacer una acuarela cuando el agua se evapora como cuando se congela). Ahora ya voy a la Alhambra de turista raso: pago cuando procede, me someto a los horarios de acceso, y sufro las colas con la familia, como todo el mundo.
La Alhambra de Granada no es la Mezquita de Córdoba. Es obvio, pero creo que es importante. Para bien y para mal. La Alhambra es lo que es por su situación urbana y topográfica: aunque los comerciantes y hosteleros de Córdoba disfruten y aprovechen la situación de la Mezquita de un modo más que evidente. Pero Granada no es sólo la Alhambra: Granada es la Alhambra, la Catedral, el Sacromonte, el Albaicín… Así que si un turista viene a ver la Alhambra y se va a casa sin bajar por la cuesta de Gomérez, sin recorrer el Paseo de los Tristes, sin ver “el atardecer más bonito del mundo”,…, algo estamos haciendo mal (o el turista, o Granada). Y no creo que comer o tomar un café mientras esperas cómodamente tu turno de acceso sea hacer algo mal.
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Recomendaba un artículo de una revista el Palacio de Carlos V por encima de cualquier otra cosa de Granada. Para mi fortuna, puesto que el patio de dicho Palacio es mi espacio favorito de la Alhambra (en dura pugna con un banco de piedra que hay subiendo por la cuesta de Gomérez), es de acceso gratuito. Y para fortuna de todos, esa elección (ver una sola cosa en una ciudad) no hay que hacerla a menudo, así que lo deseable es ver el Palacio de Carlos V… y todo lo demás.
Hablaba de mis prejuicios, y éstos hacen que si tuviera que confiar a ciegas a alguien el proyecto que nos ocupa, el elegido sería Álvaro Siza; tendría algunas candidaturas más, pero el elegido sería él. Y Álvaro Siza y Juan Domingo ganaron el correspondiente concurso de ideas, entre cuarenta y una propuestas. Siza no es Dios, claro, no es infalible. Pero cuando visite la exposición, trataré de dejar mis prejuicios disfrutando del patio circular, e intentaré, con toda la objetividad de la que sea capaz, leer, entender y analizar el proyecto. Ojalá mi apuesta hubiese sido acertada, porque creo que la Alhambra se merece un Siza, creo que Granada se merece un Siza, de verdad.
* La objetividad es imprescindible, sí, pero sólo existe desde la subjetividad que aporta el conocimiento, la experiencia, la memoria. Somos subjetivos porque tenemos nuestro punto de vista, vemos desde nuestros ojos. Para ser objetivos tenemos que hacer el esfuerzo de salirnos de nosotros mismos, de abandonar nuestro punto de vista, o de juntar éste con los demás, unir nuestra subjetividad a la de los demás.