Publicado el Deja un comentario

La Farola de Málaga

Este año se ha cumplido el segundo centenario del encendido de la icónica Farola de Málaga. Con este motivo reproducimos el texto sobre dicha construcción en el libro “El Puerto de Málaga. 30 siglos de vida. 400 años de historia”, de los historiadores Francisco Cabrera y Manuel Olmedo auspiciado por la Junta del Puerto y que obtuvo el  I Premio de Andalucía de Cartografía Histórica. La planimetría reproducida corresponde al arquitecto Ciro de la Torre.

Además, en este artículo recientemente publicado en La Opinión de Málaga se presenta una nueva e interesante publicación de los autores.

Próximamente, además, os contaremos alguna novedad relacionada.

Sebastián del Pino Cabello, arquitecto, agosto 2017

Imagen extraída de Google Maps.

Su construcción comenzó en 1814 terminándose tres años más tarde, aunque, como es de suponer, hasta la fecha indicada contaron estas instalaciones con un sistema de iluminación más artesanal y por lo tanto menos eficaz que cumplía, en cierta medida, tan fundamental misión protectora para la navegación nocturna. Veamos una sucinta relación de los hechos con parte de los datos de que disponemos.

Remontándonos en el tiempo, parece ser que ya los primeros pobladores de estas tierras encendían una hoguera en la cumbre de nuestro secular Gibralfaro, para guiar a las naves durante la noche por las a veces inquietas aguas mediterráneas. Los árabes mantuvieron el mismo sistema o, cuanto menos, conservaron parte de su nombre de indudable etimología helena: “Gibel al Phar”, esto es, monte del faro.

La llegada de la Modernidad trajo consigo la espectacular transformación de los muelles malacitanos que hemos tenido ocasión de comentar a lo largo de este libro. Sin embargo, hasta 1722, no nos aparecen noticias de que fueran denunciadas las dificultades que extrañaban para el tráfico marítimo el tomar sin luz la bocana del puerto.

Así, hubo que esperar al ingeniero Jorge Próspero Verbom, para encontrar el diseño de una linterna de cantería que estaba destinada a ocupar la cabeza del muelle viejo, una vez que ésta se hubiese terminado totalmente, lo cual no se produjo hasta mucho tiempo después.

En consecuencia, se dispuso por el mismo equipo técnico y directivo la erección de un fanal provisional de madera conteniendo lámparas de aceite, el cual se iba haciendo avanzar a lo largo del dique a medida que las obras progresaban: sistema que, aunque se nos antoja insuficiente por el poco alcance de las luces, resultaba útil hasta donde podía.

De esta forma navegaron nuestros marinos durante el siglo XVIII y los comienzos del XIX, si bien, en el último tercio del primero de los citados aparecen algunos intentos fallidos de sustituir la precitada gavia, cuyo mantenimiento era además sin duda engorroso debido a los deterioros sufría con la humedad y el salitre, por un faro de obra que mejor pudiera satisfacer a las exigencias de su servicio.

Hubo que esperar hasta 1817 para contemplar a nuestra bahía iluminada con la suficiente potencia como para asegurar, en la medida de lo posible, una navegación que cada vez se hacía más intensa.

Surgió entonces la malagueña Farola, construida en la fecha indicada por el ingeniero Joaquín María Pery, quien la planificó para la cabeza del muelle de levante, junto a la batería de San Nicolás, y con una estructura troncocónica. Encima de la base menor se ubicaba el aparato iluminador, que supuso la culminación de viejas aspiraciones de la clase comercial local y de cuantas personas tenían en la mar su modo de vida. Dos lápidas en el interior del edificio recuerdan a todos tales hechos:

REINANDO FERNANDO VII EL AMADO

se hizo esta obra y cuanto hay en

ella está ejecutado con materias y

por artífices españoles.  Año de 1817.

Esta obra fue proyectada y dirigida

por el Brigadier de la Armada,

Director del Puerto de Málaga

D. Joaquín María Pery y de Guzmán.

El mencionado marino, que llegaría a ser nombrado ingeniero director del puerto de Málaga por real orden de 27 de septiembre de 1833, según consta en su expediente militar, ya tenía en este tipo de trabajos sobrada experiencia, habiendo construido un fanal de similares características en el Castillo de San Sebastián de Cádiz, según la decisión de su Junta en sesión de 15 de julio de 1794.  Posteriormente fue destinado a Málaga, ciudad en la que había estado con anterioridad cumpliendo varios encargos relativos a las obras públicas locales, en los cuales siempre demostró una gran eficacia. Su hoja de servicios recoge el proyecto aquí analizado con estas palabras:

En real orden de 15 de junio se dignó S. M. aprobar la pronta conclusión de la nueva torre que construyó en el muelle del puerto de Málaga para colocar sobre ella el fanal giratorio.

Una publicación de la época recoge y describe tan importante elemento en el normal desenvolvimiento de­ tráfico portuario de la forma siguiente:

Merece sobre todo particular mención el nuevo fanal giratorio, construido para auxilio de los navegantes del Mediterráneo en la punta del muelle viejo del puerto, por el celo y dirección del ingeniero en jefe de marina D. Joaquín María Pery, a quien debe Málaga las obras de más importancia y utilidad en estos últimos tiempos.

Tiene una elevación vistosa y proporcionada, y todos los materiales que entraron en su construcción fueron elaborados en el suelo español. La cúpula es de bronce, los cristales fueron hechos en la Granja y los reverberos de plata son del acreditado taller de D. Manuel Marín… … Se encendió por primera vez el 30 de mayo del mismo año (1817), día del Rey N. S.

Una vez inaugurado desempeño un importante papel aumentando la seguridad del tráfico marítimo de la zona.

En 1853 fue aprobado el proyecto del ingeniero Ángel Mayo que pretendía dotar de una vivienda al farero que tenía como obligación cuidar del buen funcionamiento de la linterna.

Dos años más tarde se reformó la parte superior de la torre para acoger “a un nuevo aparato luminoso”, ya que la densidad del comercio y la envergadura de los buques había aumentado considerablemente, siendo inauguradas las obras en 1858.

Por último, iniciado el siglo XX, se vio la necesidad de aumentar de nuevo el espacio disponible a las habitaciones y servicios, realizándose en 1909 el correspondiente estudio que, tras ponerse en ejecución, se liquidó en 1915 en la cantidad de 24.996,61 Pts.

Planos del arquitecto Ciro de la Torre.

Publicado el Deja un comentario

Cubierta para el Monasterio de San Juan en Burgos

El Monasterio de San Juan se fundó en Burgos en 1091, como consecuencia del impulso que las órdenes monásticas dieron al Camino de Santiago, considerada la primera gran ruta cultural de la historia. Si bien la actividad constructiva se prolongó varios siglos, sufrió dos incendios hasta que la desamortización lo desposeyó del uso religioso. Tras ser adquirido por el Ayuntamiento para la ubicación de un Museo municipal en la segunda mitad del siglo XX, diversas intervenciones de mantenimiento le permitieron llegar hasta nuestros días como una ruina consolidada.

Sobre las preexistencias a cielo abierto de la iglesia, en 2015 se encarga la construcción de una cubierta para la protección de las ruinas y para la consolidación del uso cultural. Los arquitectos José Manuel Barrio y Alberto Sainz de Aja (BSA arquitectos) proponen un plano plegado continuo que recompone volumétricamente las tres naves de la iglesia desde la abstracción y desde la materialidad contemporáneas. Los apoyos, elevados sobre los muros originales, le otorgan a la cubierta una condición liviana, flotando sobre el antiguo espacio religioso y convirtiéndolo en un nuevo ámbito expositivo que integra una lectura pedagógica de las ruinas del Monasterio y la creación de un discurso evolutivo que localiza inequívocamente la intervención en el espacio y en el tiempo.

La intervención ha obtenido el Gran Premio Europa Nostra de defensa del Patrimonio Cultural en su edición de 2017.

Ricardo Hernández Soriano, 2017

En este artículo de Plataforma de Arquitectura podéis encontrar información adicional.

 

Publicado el Deja un comentario

El Caminito del Rey

 

 

A unos 40 kms de Antequera, en la sierra del Valle de Abdalajís, aguas abajo del pantano del Chorro y en los desfiladeros de Gaitanejo y los Gaitanes atravesados por el río Guadalhorce, se construyó en los primeros años del siglo XX una pequeña pasarela para permitir el paso a los trabajadores desde la presa de Guadalhorce hasta la hidroeléctrica El Chorro. Posteriormente fue utilizada por ser el camino más corto para que los niños accediesen al colegio cerca del pantano.

Inicialmente recibió en nombre de Balconcillos de los Gaitanes, pero en memoria de la visita realizada al pantano del Chorro en 1921 por el rey Alfonso XII, en 1953 se cambió en nombre por el de Caminito del Rey.

Cuando el camino dejó de utilizarse entró en un periodo de abandono y natural deterioro por el paso del tiempo. En los años noventa se utilizaba como recorrido turístico y aceleró su deterioro, al que se añadieron actos de vandalismo, hasta llegar a ser peligroso transitar por ella y a principios de este siglo se cerró al público.

Tras unos años inaccesible, el Caminito del Rey ha sido rehabilitado por el arquitecto Luis Machuca Santa-Cruz en una actuación respetuosa e integrada en el paisaje mediante un trazado que se desarrolla unos metros por encima de la pasarela antigua, que ha quedado como un vestigio y resto arqueológico de lo que había sido.

La ejecución de la obra se ha materializado anclando a la roca una estructura metálica ligera sobre la que se apoyan unos tablones de madera. Al final del recorrido, para cruzar la garganta se ha dispuesto un puente colgante con un pavimento de rejilla metálica tipo tramex; esta pasarela pasa completamente desapercibida durante el recorrido al coincidir visualmente con el cruce de la conducción de agua.

Miguel Centellas Soler, 2017

 

Para obtener más información sobre cómo llegar, programar la visita, historia y demás cuestiones, visitad la página oficial.

Y si os gusta la arquitectura del movimiento moderno, deteneos un momento en la presa, un poco antes del Sillón del Rey, para conocer la Capilla – Escuela del Chorro, de Luis de Cossío Blanco.

 

 

 

 

 

Publicado el Deja un comentario

Gómez del Collado, arquitecto

Hace unos días nos llegó un paquete postal; un regalo de un amigo. Y no por anunciados los regalos hacen menos ilusión. En un precioso formado de medio A4 vertical, el Catálogo de la Exposición conmemorativa del primer centenario del nacimiento de José Gómez del Collado (1910-2010). El catálogo realiza un rápido recorrido por la obra de este arquitecto de la localidad asturiana de Cangas del Narcea; por la obra construida y por los proyectos no realizados.

Si Joaquín Vaquero Palacios e Ignacio Álvarez Castelao ya eran referencias conocidas, desde la primera vez que José Ramón Puerto Álvarez (comisario de la exposición y responsable del catálogo) nos mostró alguna obra de su paisano fuimos conscientes de la calidad del trabajo de Gómez del Collado.

El paso del tiempo y el gran trabajo de investigación, difusión y puesta en valor que está realizando José Ramón en estos años nos permite apreciar con perspectiva la amplitud de la obra de este arquitecto: numerosos bloques de vivienda (calle Alcalde Díaz Penedela, Barrio Nuevo, calle Pelayo), grandes intervenciones (Barrio del Fuejo, incluido un maravilloso puente colgante), pequeños locales comerciales, o su propia vivienda – estudio son solo algunos ejemplos de la variedad de recursos y lenguajes empleados por Gómez del Collado en su amplísima obra, que de momento ha merecido la inclusión de diecisiete (¡diecisiete!) de ellas en los Registros Docomomo, lo que da una idea de la calidad de la misma y de la necesidad imperiosa de proteger debidamente este patrimonio.

Llegamos, eso sí, siete años tarde para poder visitar la exposición, pero estamos seguros de que tarde o temprano podremos disfrutar de una publicación (y por qué no, otra exposición), que nos permita sumergirnos de pleno en la obra de este gran arquitecto tan desconocido.

Muchas gracias a José Ramón por mostrarnos la arquitectura de Gómez del Collado y por facilitarnos el material para conocerla.

[pix_slideshow data_slideshow=’gomezcollado’]

Publicado el Deja un comentario

Visita al Club Náutico

El pasado 15 de junio la Asociación Española para la Protección del Patrimonio Arquitectónico del Siglo 20 (AEPPAS20) organizó una visita al Club Náutico de San Sebastián, con la compañía de José Ángel Medina, arquitecto responsable de la última restauración.

El posterior coloquio contó con la presencia de Miren Azkarate (Concejala de Capitalidad de la Cultura 2016, Cultura, Euskera y Educación), Martín Gabarain (Vocal RCNSS), Ignacio Latierro (Librería Lagun), Agustín Zulueta (profesional de la vela) y Fernando Espinosa de los Monteros (de Aeppas20), además del propio José Ángel Medina.

Una estupenda iniciativa de esta asociación que tiene como finalidad promover la protección, conservación, recuperación y divulgación del patrimonio arquitectónico y cultural del Siglo 20, entendiendo por tal los monumentos, conjuntos, sitios, arquitecturas singulares y paisajes urbanos o culturales, todos ellos del Siglo XX, que por sus características particulares, las de su entorno, su significado cultural o social, revistan un interés especial digno de protección, conservación y promoción.

Recorte Diario Vasco
Reseña publicada en el Diario Vasco 16/6/2016

 

[pix_slideshow data_slideshow=’visitacn’]

Publicado el Deja un comentario

La voz del arquitecto

La emisora COPE Jaén emite, en colaboración con el Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén, un espacio quincenal titulado “La voz del arquitecto”, los miércoles entre las 12.30 y las 13.00. En este espacio se han tratado algunos temas tan interesantes como La peatonalización del casco, La catedral de Jaén, El Jaén monumental, Jaén, marca de ciudad, y el nuevo Plan General de la ciudad.

El miércoles 20 de abril participé en este espacio hablando de la Estación de Autobuses de Jaén. Podéis escuchar el programa en este enlace, a partir del minuto 12.

Y además aquí podéis ver los paneles que preparé para la exposición “mmJ: una mirada hacia la arquitectura del movimiento moderno en la provincia de Jaén”, comisariada en el año 2013 para el Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén, y que ha rotado por Jaén, Andújar y Miraelrío en estos años.

Fernando Jiménez Parras, arquitecto, abril 2016

10_07BUS1

11_07BUS2

Publicado el Deja un comentario

Viviendas en la Font Dolça, Alcoy

Alcoy Font Dolça

José Joaquín Aracil proyectó en 1961 este conjunto de viviendas en las afueras de Alcoy (Alicante)  en el barrio de la “Font Dolça”. A partir de un reducido presupuesto, la ordenación se realiza con cajas de escalera abiertas a fachada mediante una gran cristalera. Los núcleos de comunicaciones verticales dan acceso a dos viviendas por planta.

La fachada se formaliza mediante unas bandas cromáticas de ladrillo blanquecino colocado a tizón alternado con un aplacado con rasilla rojiza en vertical que se remata mediante una visera de hormigón en voladizo.

Esta obra es el antecedente a la que construiría unos años más tarde, entre 1963 y 1965, para la Cooperativa de viviendas Pio XII, conocida como “El Taray” en Segovia junto a los arquitectos Luis Miguel Suárez-Inclán y Antonio Viloria como paradigma de la agrupación en corredor.

Miguel Centellas Soler

Publicado el Deja un comentario

La morsa era yo, episodio 24

Juan Ortiz Delgado es un arquitecto inquieto. Entre sus muchas inquietudes, está la de difundir la arquitectura.  Pero como a todo arquitecto inquieto, no sólo le gusta la arquitectura.

También le gusta la radio. E internet. Atad cabos: tiene un podcast.

El maravilloso podcast de Juan Ortiz Delgado se titula “La morsa era yo Arquitectura” (¿alguna idea sobre el origen de este título?). En cada uno de sus ya veinticuatro episodios (¡más de dos años con ello ya!) conversan, él y sus colaboradores habituales, o los ocasionales, sobre algún tema de interés relacionado, directa o indirectamente, con la arquitectura. Un podcast en torno a la arquitectura.

Y para el episodio 24, publicado el 23 de enero, contaron con cortaypega. Para hablar ¡de literatura y arquitectura! ¿Cómo rechazar semejante invitación? Durante un buen rato estuvimos charlando sobre libros, arquitectura (la arquitectura en los libros, los libros en la arquitectura), y  generando una lista de recomendaciones literarias estupendas. Hubo tiempo incluso para contar, sin censura, uno de esos cuentos infantiles que, evidentemente, siempre nos han contado incompleto.

No os perdáis ninguno de los magníficos episodios de La morsa era yo Arquitectura. Y en este episodio hay una sorpresa adicional.

 

 

Publicado el Deja un comentario

la nueva vieja escuela

l1

Cuando te comunican que al final os mudáis —y esta vez de verdad de la buena- al Hospital Militar del Campo del Príncipe, te ilusionas y a la vez sientes una cierta resiliencia por trasladarte a ese recóndito lugar en pleno Realejo, a poco más de unos tres kilómetros de tu rudimentaria escuela de toda la vida. Sensación que desaparece cuando al llegar descubres tantos espacios inmaculados, patios agradables, arcos de medio punto, tirantes ejerciendo su capacidad estructural y la terracita de cafetería.

Hace un tiempo un compañero de plan antiguo hizo un comentario que me hizo pensar: «claro, es que mi escuela era la de la Chana». Después de esa afirmación es complicado no preguntarse qué tenía de especial aquel lugar que no tiene este. ¿Acaso echamos de menos la otra escuela? ¿Nos gustaba más? Está claro que los años que hayas pasado en un lado o en otro son determinantes para decantarse, sin embargo me gustaría aportar el punto de vista de aquellos que estamos a caballo entre una y otra.

En su día estábamos deseando escapar de paredes desconchadas, pilares delante de la pizarra, mesas acuchilladas y banquetas sacadas del infierno, todas ellas mobiliario de un instituto viejo que se nos quedaba pequeño. Ahora tenemos unas mesas estupendas, espacios diáfanos, paramentos de vidrio y blancas paredes. A cambio nos han quitado los enchufes, el horario nocturno en época de exámenes y nos han dejado solo un taller de trabajo. Todo por mantener una escuela impoluta y bonita, nueva y que se mira pero no se toca.

Sobra decir que es necesario cuidarla y que ha sucedido algún que otro inconveniente que no da para nada una buena imagen (mesas pasadas por cúter, graffitis a los pocos días de la apertura) que su trabajo y dinero ha costado. Pero después de años de obras nos dan una escuela con las condiciones a medio cumplir: taquillas de adorno en el pasillo, goteras en la biblioteca, puertas automáticas que no se abren automáticamente, sin vigilantes ni guardias de seguridad, ni calefacción en el invierno granaíno salvo en el cuarto de baño, porque tener el inodoro calentito es absolutamente necesario.

¿No queríais escuela? Tomad escuela

A veces parece que los estudiantes somos los últimos monos en un lugar supuestamente diseñado para nosotros. O eso o que llevan años olvidándose de aquellos que pasan desapercibidos tras el instituto Virgen de las Nieves o de estos que ahora quedan «por allí por el Realejo». Nadie viene a cubrir las guardias nocturnas -porque los estudiantes de arquitectura nunca trabajamos de noche- de once talleres, solo tenemos abierto uno para juntarnos después de clase —porque está claro que tampoco tenemos ninguna asignatura en la que se trabaje en grupo-. Sarcasmos aparte, estamos hablando de necesidades básicas, igual que alguien de ciencias necesita un laboratorio o alguien de INEF necesita un gimnasio.

La idea de mudarte consiste en mejorar lo que ya tenías, no en cambiar unas ventajas por otras. Es gracioso asomarse a la T3 por la cristalera y ver cómo los portátiles se enganchan a las regletas igual que los estudiantes nos hacinamos en torno a las mesas. Y no es la primera queja sobre el tema.

En resumidas cuentas, tenemos un edificio estupendo que sería aun mejor si pudiéramos hacerlo nuestro. He visto a gente merendar, jugar al frisbee, hacer conciertos y beber cerveza en el patio y todo sigue en pie. ¿De verdad pasaría algo si pudiéramos usarla, tal y como su nombre indica, como una escuela?

Laura García Rodríguez, diciembre 2015

l4

l3

l2

 

Acudí un par de veces al antiguo Hospital Militar invitado para alguna charla introductoria a una clase de Proyectos. Y, en mi condición de responsable cultural del Colegio de Arquitectos desde 1994, se inició una fluida colaboración donde la Escuela de Arquitectura nacida el año anterior hacía tímidas aportaciones a la frenética actividad que promovía el Colegio.  Mi interlocutor era el entonces subdirector, Juan Calatrava, con quien apenas bastaron un par de conversaciones para llegar a acuerdos estables y desinteresados. El progresivo aumento del número de estudiantes provocó que el Salón de los Jueves se fuese nutriendo de un caudal cada vez mayor de alumnos de la Escuela; raramente los arquitectos no docentes acudían al Hospital Militar a escuchar conferencias.

Porque entonces era, a todos los efectos, el antiguo Hospital Militar, aunque siempre me pareció más militar que hospital. Una nave alargada bajo cubierta improvisaba aulas en barracones, la disciplina castrense quedó sepultada bajo ideas construidas, la jerarquía militar se transformó en arquitectos localmente reconocidos con una recién adquirida vocación docente.

La convocatoria en 1997 del Concurso de ideas para adaptación del edificio a Escuela de Arquitectura tuvo un fuerte impacto entre la profesión, convirtiéndose en reto añadido para los nuevos profesores. Muchos alumnos colaboraron en sus estudios, fomentando el interés por conocer las propuestas y alimentando una ilusión colectiva por entender la posibilidad, ratificada tras la selección efectuada para la segunda fase, de que era posible que alguien de los nuestros construyese la nueva Escuela en el corazón de la ciudad. En junio de 1998 se falla el concurso donde resulta vencedor Víctor López Cotelo. Tras la entrega del proyecto en 2003, las obras se inician en 2005. La Escuela abandona el Campo del Príncipe en 2002, instalándose provisionalmente en un instituto en la Autopista de Badajoz junto a las vías del tren.

Desde el Colegio la actividad cultural mantenía un intenso ritmo, pero la consolidación de la Escuela en la ciudad desplazó a los arquitectos de su propia institución, convirtiéndose en lugar de acogida de los alumnos previo al desembarco profesional. El pulso vital ya estaba en el caudal imparable de la Escuela, que seguía exiliada en la sede provisional, recluida en la periferia, pero que contempló cómo el colectivo de arquitectos quedaba pacíficamente desbordado.

Las obras se paralizan y la prometida reanudación se estanca entre liquidaciones, trámites administrativos y crisis económica.  En 2006 entro en la Escuela de Arquitectura como profesor del Área de Composición Arquitectónica y en 2007 abandono el Colegio de Arquitectos.  Durante nueve años de docencia, las promesas incumplidas de traslado se camuflan tras entregas, cambios de plan de estudios y el progresivo deterioro físico y afectivo hacia la sede provisional.

En 2015 vuelvo al Campo del Príncipe a la nueva Escuela y me siento protagonista de una conquista histórica; estreno sede en un Congreso organizado por mi Área de Composición y soy invitado a un emotivo acto de graduación. Ahora ya nadie habla de Hospital Militar; ya tenemos Escuela propia. La crisis ha tirado por la borda la frenética actividad cultural del Colegio de Arquitectos y la Arquitectura se la apropian los alumnos, no los arquitectos. Y Juan Calatrava es ahora mi Catedrático de Composición Arquitectónica.

Hoy, profesores y alumnos nos sabemos privilegiados por hacer nuestro un lugar de la ciudad histórica, descubriendo cada día que accedemos a la Escuela a través de sus calles empinadas que es allí donde realmente anida la vida. Con un entorno urbano abrumador,  la enseñanza de la arquitectura se enfrenta ahora a una cultura, tiene la bibliografía básica en sus propias puertas, en ese lugar mágico donde confluyen espacio y tiempo. La ciudad enseña a enseñar.

Nos queda la responsabilidad de que las ideas no queden encerradas en las aulas, de que el Realejo se conozca mejor a sí mismo; debemos tener la obligación de hacer partícipes a la sociedad de nuestras líneas de investigación. Ya apenas recuerdo nada de la vieja sede, ni del silbido del tren interrumpiendo el relato del Panteón; antes al contrario, cuando circulo por allí sin detenerme detecto una balsámica desafección. Han bastado unas pocas semanas para tener la certeza de que aquí se aprende mejor y aquí se enseña mejor. El reto es ahora demostrar la capacidad de influencia de la nueva Escuela sobre el entorno que nos acoge para tener como objetivo final convertir la cultura arquitectónica en un bien de uso cotidiano.

Ricardo Hernández Soriano, diciembre 2015

r1

r2

 

image001

image003

image005

image007

image009

La finalidad de este texto es hablar sobre arquitectura. No es mi intención escribir nada técnico (básicamente porque mis conocimientos aún son escasos), ni pecar de pedantería. Ni mucho menos. Sin embargo, por suerte o por desgracia, hablar sobre arquitectura abarca mucho más que el campo técnico. Es hablar de espacios, de sensaciones, de sentimientos, de recuerdos, de imaginación, de los sentidos. Es hablar de arte.

¿Pero por dónde empezar?

Me presento. Gracias a la incansable perseverancia de un padre arquitecto, pasé los primeros dieciocho años de mi vida enamorándome poco a poco (y sin ser consciente de ello) de esta disciplina. Todos esos años interiorizando conocimientos, sirvieron para que decidiese estudiar arquitectura. Lo que empezó como una ilusión, se materializó en mi admisión en la escuela técnica superior de arquitectura de Madrid.

Pues bien, decidí pasar mi quinto año fuera de la escuela madrileña y Granada fue la opción ganadora. Su emplazamiento, la gente y saber que estrenaban nueva sede de escuela de arquitectura fueron los principales motivos de mi desplazamiento temporal a esta ciudad.

He de recalcar que no fue como yo esperaba. Fue mejor. Todos nos encontrábamos en la misma situación. Recién llegados. Alumnos (de todos los cursos) y profesores. Nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba nada y, los primeros días, la puntualidad era algo que no se tenía en cuenta. ¿Cómo elegir entre las mil y una escaleras que parecía tener la escuela? ¿Cómo saber qué escalera te llevaría a la planta o entreplanta en la que necesitabas estar?

Llegar

En el barrio del Realejo se sitúa la gran Plaza del Campo del Príncipe. Hoy esta plaza da acceso a lo que es la actual escuela de arquitectura de Granada, edificio que en su día fue el emplazamiento del Hospital Militar.

Tras cruzar la plaza, te encuentras con el edificio, que se alza como un gran telón de fondo. La fachada, de un blanco impoluto, el gran portón de madera, la cubierta de tejas y, en contraste, las ventanas dejan entrever sutilmente la contemporaneidad del interior.

La escuela no se alza como un hito en la ciudad. Se inserta en la trama urbana. Tiene cualidad de barrio. Se integra en él. Se hace accesible a todos. La prioridad es el espacio público, los flujos humanos que genera su uso, el carácter social. La arquitectura tiene que ser de todos y para todos. Arquitectura no es sólo el edificio, es cómo llegar, cómo recorrerlo. Todo forma parte de un único espacio público.

Sentir

El pavimento nos dirige hacia el interior y, nada más cruzar la entrada, la mirada se dirige de forma automática hacia el artesonado de madera del forjado superior. El diálogo entre la madera y el granito es el diálogo entre la construcción antigua, lo existente y lo contemporáneo, la reinterpretación.

Siguiendo el recorrido que nos marcan las losas de granito y, de repente, cuando creías pasar a un interior, vuelves a estar en un umbral. A ambos lados se sitúan patios con distintas características y una común. La luz.

Es algo que me llamó mucho la atención. La luz. La incesante entrada de luz  en todo el edificio. Desdibuja los límites interior-exterior creando un espacio intermedio. Un espacio umbral que se hace continuo sin perder la característica de transición.

En palabras de Campo Baeza, “La arquitectura es luz. Luz al atravesar un espacio”. Pues bien, eso es toda la escuela de arquitectura. Luz.

Evidentemente, dependiendo de la zona y del tipo de arquitectura, la luz aparecerá de determinada forma. En la escuela de Madrid, por ejemplo, la luz está siempre presente pero no de la misma forma. La luz pasa a través del edificio, pero no forma parte de él. Es arquitectura construida en torno a la luz, no con ella. Es siempre un interior, los límites quedan muy bien dispuestos. Todo lo contrario que en Granada.

Los distintos espacios se suceden tanto en horizontal como en vertical. Siempre son amplios y nunca terminamos de saber o de poder definir si es un interior o un exterior. La mirada se vuelve global, más general, libre en un entorno no jerarquizado. Todo queda entrelazado de una forma muy sutil resaltando los contrastes; los elementos históricos conservados conviven en completa armonía con los nuevos materiales. Se superponen los diferentes lenguajes y esta nueva intervención se percibe como una capa más de historia.

Reinterpretar

Tras unos primeros días conociendo y recorriendo las diferentes zonas de la escuela, ahora toca adaptarse. Hacerse a los espacios y a su funcionamiento. Son los usuarios los que dan sentido a la arquitectura. Las obras se completan con el uso y el desgaste, con el paso del tiempo. Con la vida.

Como la gran mayoría de los estudiantes de arquitectura, la escuela ya se ha convertido en mi segunda casa. Un lugar en el que pasamos tantas horas trabajando, se supone que debería estar preparado para suplir todas las necesidades de los estudiantes. Más siendo una escuela de arquitectura.

Sin embargo, “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Errores de organización; los espacios de trabajo son insuficientes y los enchufes son un bien escaso (incomprensible cuando el método de trabajo a todos los niveles requiere ordenadores).  O de proyecto; los rellanos a mitad de los huecos de ventanas o la cantidad de puertas que hay que cruzar para llegar a los aseos de  la cafetería.

Lejos de pretender ser un artículo de crítica, como sabemos, la mayoría de los fallos que se descubren con el uso de las instalaciones, son resueltos por los usuarios. La historia está llena de ejemplos que ilustran la capacidad de inventiva humana. Pero vaya, quizá se eche de menos que en una obra que ha durado tantos años, no estén resueltos esos inconvenientes.

Aun con todo, conocer otra escuela de arquitectura es siempre una experiencia enriquecedora. Tan diferente y, a la vez, tan parecida a la escuela madrileña. Dicen que las comparaciones son odiosas, pero pueden llegar a ser muy beneficiosas y, la contemporaneidad de la escuela granadina gana por goleada a su homóloga en la capital.

Creo fehacientemente que la escuela está concebida como un lugar de intercambio; tanto académico como personal. Los flujos de tránsito son continuos, ininterrumpidos y los espacios no jerarquizados. No tiene cualidad de edificio cerrado, y volcado hacia sí mismo. Es, como ya he dicho, un umbral. Un lugar de todos. De los estudiantes, de los profesores y el resto de trabajadores, pero también de los vecinos, de los turistas, del barrio y de la ciudad.

Inés Nieto, diciembre 2015

El otro día volví a la nueva Escuela de Arquitectura; tan estupenda con su placa y sus banderas recibiéndonos en el Campo del Príncipe; un edificio que aún tiene ese olor a nuevo, a regalo sin terminar de desenvolver.

Da un poco de vértigo pensar en los ventidós años que han tenido que pasar desde que los primeros estudiantes de arquitectura de Granada entraron, de prestado, en la Facultad de Trabajo Social, hasta que los actuales han podido ocupar, por fin, su escuela. Entre inauguración e Inauguración Arquitectura ha pasado por Cartuja, Aparejadores, el Hospital Militar e Informática.

De uno u otro modo he vivido todas las Escuelas de Arquitectura de Granada, salvo la actual, a la que he ido, voy, de visita. Y sin embargo, esa mirada de visitante que tengo ahora sobre el proyecto de Víctor López Cotelo no es una mirada nueva; mi punto de vista está contaminado por esos ventidós años.

Si la estancia final en Informática se entendía como un exilio temporal, las iniciales en Cartuja y Aparejadores estaban cargadas del sabor de lo prestado; estábamos allí encajados como podíamos, en unas instalaciones que a duras penas podían responder a las necesidades espaciales de una escuela de arquitectura creciente (dos cursos, tres cursos…). O en las que nos veíamos forzados a convivir temporalmente con otras disciplinas, invadiendo sus rutinas.

La primera llegada al Hospital Militar tuvo sin duda un sabor agridulce: llegábamos a un lugar inhóspito, frío, mal acondicionado, a todas luces insuficiente; pero al fin y al cabo era la tierra prometida, era un lugar cargado de posibilidades, y de algún modo íbamos a participar de la concreción de esas posibilidades. El enorme patio de gravilla era una bonita metáfora de esa promesa de futuro, mientras que el patio viejo representaba el misterio, la incertidumbre; cuántas puertas cerradas, cuántos lugares ocultos. Pero sobre todo pesaba, para bien, el emplazamiento; el Campo del Príncipe, tan cerca de todo (aunque tan lejos del resto de la universidad); la Escuela de Arquitectura como generador de vida en el tejido urbano, ¿no se trataba de eso?

Ahora que por fin Arquitectura tiene su Escuela en Granada paseé por el edificio como quien visita a unos amigos que se acaban de mudar; hay mucho espacio que ocupar, muchos lugares de los que el uso ha de apropiarse. Las puertas ya no están cerradas (aunque por momentos uno se sienta Nicole Kidman, “abre la puerta, cierra la puerta”), los lugares ya no están ocultos, aunque haya que encontrarlos. El patio ya no es de gravilla, pero sigue cargado de promesas, de posibilidades, de vida que vivir allí.


Si queréis conocer más sobre el edificio, la revista Márgenes Arquitectura le dedicó su número 8. Además, este proyecto ha obtenido el Premio de Arquitectura Española 2015.

Y muchas gracias a Inés y Laura por su tiempo, sus miradas y sus palabras.

Fernando Jiménez Parras,diciembre 2015

F2 F1

Publicado el Deja un comentario

Los pueblos de colonización, patrimonio rural del siglo XX

Con motivo de la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia de Nobles Artes de Antequera,  Miguel Centellas Soler participó en el programa divulgativo de Radio Televisión Antequera, acompañado por Sebastián del Pino Cabello. Nuestro compañeros conversaron sobre Los pueblos de colonización en España, tema del citado discurso.

Antequera tv